El Parque Nacional de Slitere: ruta de un día entre bosques mágicos y dunas infinitas

Famoso por sus profundos bosques, por sus terrenos cenagosos y también por sus dunas, el Parque Nacional de Slitere es uno de los espacios naturales más populares de Letonia. Puede que su ubicación no sea la más céntrica, pero si vais hasta allí descubriréis uno de los lugares más diversos del país. En este artículo os enseñamos todo lo que puede dar una excursión de un día, en la cual os proponemos visitar los puntos clave de este Parque Nacional.

Visitar Slitere: información general sobre el Parque Nacional más variado de Letonia

El Parque Nacional de Slitere está en el oeste de Letonia. En concreto, en la puntita más al norte de la región histórica de Curlandia (no confundir con el Istmo de Curlandia, en Lituania). Se trata de un punto relativamente alejado de los circuitos turísticos más habituales por el país, lo cual hace que esté visitado fundamentalmente por turismo local. De hecho, a nosotros nos costó mucho encontrar información sobre el lugar.

Slitere cuenta con alrededor de 265 kilómetros de área protegida, de los cuales 100 pertenecen al Mar Báltico. Puede parecer mucho, pero más bien es todo lo contrario. De hecho, se trata del parque nacional más chiquitito de Letonia.

Sin embargo, que sus reducidas dimensiones no os lleven a engaño. La visita al Parque Nacional de Slitere tiene muchísimo que ofrecer al viajero. Como decíamos en la introducción en una excursión de un solo día se pueden visitar sitios de lo más diversos: desde profundos bosques hasta infinitas playas, pasando por pueblos repletos de bonitas casas de madera e incluso por un cementerio de barcos.

Por si eso fuera poco, en Slitere encontramos a gente de lo más agradable. Que sí, que en todos los países bálticos nos sentimos súper bien acogidos, pero esta zona no está tan habituada a recibir turismo extranjero y la verdad es que eran de lo más agradecidos.

Cómo llegar y cómo moverse por Slitere

Como decimos, la ubicación del Parque Nacional de Slitere es tirando a retirada, pues está en una esquinita del oeste de Letonia. Nosotros fuimos desde Liepaja, tras un trayecto de dos horas y media en paralelo al Mar Báltico. Desde la capital, Riga, se tarda más o menos lo mismo.

Una vez allí, la verdad es que todo está a tiro de piedra. Eso sí, para sacarle todo el jugo al parque es prácticamente obligatorio ir con un vehículo privado (ya sea propio o de alquiler), ya que con transporte público las conexión son imposibles.

Tenemos que reconocer que las comunicaciones dentro del parque nacional son bastante mejorables. Muchas carreteras no están asfaltadas, y otras se encuentran en un estado deplorable. Sin embargo, yendo despacito y con buena letra se llega a cualquier parte.

Qué ver en el Parque Nacional de Slitere

Vamos a enseñaros ahora todo lo que se puede ver en el Parque Nacional de Slitere. Si has empezado a leer el post justo por aquí, tienes que tener en cuenta tres cosas: que hicimos esta excursión en vehículo propio (una furgoneta, en concreto), que fue una excursión de un día completo (empezando temprano y hasta que se retiró el sol) y que entramos desde Liepaja y nos fuimos en dirección Riga.

Así, básicamente hicimos las seis paradas que os vamos a mostrar a continuación. Empezamos por el extremo suroeste del parque, subimos bordeando la costa hacia el Cabo Kolka y nos fuimos también bordeando la costa, haciendo una parada junto al Sendero de Evazi (ya en los límites del parque).

Zona del Faro

Nuestra primera parada fue en la zona del Faro de Slitere, el segundo faro más antiguo de Letonia. Fue construido en 1849, su linterna se encuentra a 102 metros sobre el nivel del mar y desde lo alto podéis disfrutar de una excelente vista de los alrededores cercanos.

Si no queréis pagar, ya que para subir a lo alto del faro hay que pasar por caja, caminando en paralelo al bosque podéis llegar a una pequeña torreta de observación.

Esta primera zona es imprescindible en nuestra opinión, aunque no tanto por el faro en sí sino por lo que hay a sus pies. Justo desde él sale el Slitere Nature Path, un recorrido circular de apenas un kilómetro y medio en el que os podréis adentrar en lo más profundo del bosque. Tras descender casi hasta el nivel del mar por unas escaleras de madera, haréis un recorrido circular por las ciénagas. Por supuesto, se camina por un sistema de pasarelas, así no os hundiréis en el fango ni estropearéis el ecosistema.

Solo por este recorrido ya merecería la pena venir hasta aquí. Sin duda alguna, es uno de los bosques más bonitos y llenos de magia en los que hemos estado nunca. Mención aparte merece su infinita variedad de setas, ya que vimos más que en ningún otro sitio antes.

Mazirbe y alrededores

La segunda parada nos llevó hasta el pueblo de Mazirbe, donde a su vez hicimos otras muchas paradas. Vamos por partes, porque hay mucho que contar.

En primer lugar fuimos hasta la Iglesia de Mazirbe, un templo luterano construido en el año 1868. Era el lugar en el que los marineros de la zona se encomendaban al altísimo antes de salir a la mar, y también el primer sitio al que acudían tras su regreso. Durante una época estuvo en estado ruinoso, pero a finales del siglo XX fue restaurada y desde entonces se encuentra en perfecto estado de revista.

En los alrededores de la iglesia se pueden encontrar las Rocas de la Peste Negra, tres pequeños conjuntos de piedra que no solo sirven para recordar tan terrible epidemia, sino que en su momento hicieron las veces de fosas comunes.

Merece la pena explorar la zona, ya que encontraréis mucho más. Por ejemplo, en el bosque cercano está el Árbol Hueco, un tremendo árbol cuya circunferencia tiene más de tres metros. El agujero que hay en su interior, al parecer, fue hecho por un trabajador en época soviética, el cual esperaba encontrar miel en su interior.

El árbol es visible desde el Cementerio de Mazirbe, un camposanto que deberíais recorrer. Puede que os dé un poco de miedo, sobre todo en días nublados, ya que es exactamente como os podéis imaginar un cementerio de historia de terror: silencioso, lleno de lápidas viejas, con el bosque ganando terreno…

Normalmente no nos dejaríamos llevar por estas cosas, pero es que en el cementerio está la Tumba del Hombre Lobo. Tiene el perturbador honor de estar reconocida como el único enterramiento de un hombre lobo en Letonia. Para evitar que saliese de su tumba, la misma se ha cubierto con rocas.

A pocos metros de allí está el Monumento al Viejo Taizelis, dedicado al pescador Nick Freimanis (1845-1908). Este buen hombre sirvió de inspiración para Margeris Zarins, uno de los escritores y músicos más populares de Letonia.

Con todo eso, habréis sacado todo el partido a la iglesia y sus alrededores. Sin embargo, no acaba aquí la cosa. De hecho, ni siquiera habéis llegado al propio pueblo de Mazirbe, el cual bien haríais en explorar. En sus calles encontraréis edificios tan humildes como fascinantes.

Dejando el coche en el pueblo, podéis ir a dos sitios más. Por un lado, la playa de Mazirbe, una fascinante lengua de arena a orillas del Mar Báltico. En los días más claros se puede intuir, muy en la distancia, la gran isla de Saaremaa, perteneciente a Estonia.

Entre la playa y el pueblo hay algo que no deberíais perderos. Y es que el bosque cercano esconde, nada más y nada menos, un Cementerio de Barcos de época soviética. Durante esa época se prohibió la pesca en las aguas cercanas a Mazirbe, ya que se querían destinar únicamente a fines militares, por lo que los pescadores de la zona abandonaron sus barcos. La naturaleza siguió su curso y rápidamente integró los restos de los cascos de los barcos.

Y con esto terminaríamos con Mazirbe. A nosotros se nos echó encima la hora del almuerzo, así que comimos allí mismo. Lo hicimos en Vasaras kafejnīca Dižjūra, un pequeño restaurante de comida típica letona. Fue una de las mejores experiencias gastronómicas del viaje: sin grandes alardes, pero con producto realmente local y una atención llena de cariño. Os recomendamos ir allí y dejaros asesorar por el dueño.

Las casas de madera de Kosrags

Pasamos ahora a una parada mucho más light: el pueblo de Kosrags. Allí visitamos el centro del pueblo, que viene a ser una sucesión de casas de campo de madera. Son edificios privados, por lo que tenéis que hacer el recorrido con respeto y sin pasaros de listos. Eso sí, no se nos ocurre una zona mejor para contemplar el modo de vida tradicional en esta zona de Lituania.

Haced el recorrido en coche, parando frente a los pequeños paneles informativos que hay a la entrada de cada casa.

Museo de astas de ciervo de Valde

La cuarta para fue también breve. Fuimos hasta el pequeño pueblo de Valde, donde visitamos el Museo de Astas de Ciervo (Ragu muzejs Valde). Se trata de una impresionante exhibición de cornamentas, las cuales no son trofeos de caza sino que han sido halladas en el bosque. De hecho, si tuviese algo que ver con la caza desde luego que no iríamos.

El museo está en la planta de arriba de la casa de un amable señor. Llamad a la puerta y saldrá a recibiros, además de enseñaros la colección. A nosotros nos contó que el proyecto lo arrancó su padre, que era guarda forestal y comenzó a recoger los restos de animales que encontraba por el bosque (nos enseñó una foto y era igualito), además de contarnos algunas cosas sobre el pueblo livonio.

Por cierto, no lo pone por ningún lado, pero al final de la visita hay que darle 5€ por persona al paisano.

Cabo Kolka

Vamos con la penúltima zona del Parque Nacional de Slitere, otra que también es tirando a densa. Nos referimos a la que está en el Cabo Kolka y sus alrededores. Según llegamos, hay una especie de rotonda que divide el cabo en tres partes.

Para empezar, a mano izquierda dejamos el coche en un pequeño aparcamiento e hicimos el Kolka Pine Path, una ruta circular de un kilómetro y medio. Está partida en dos: una mitad es caminando sobre la arena de la playa y la otra es internándose en un profundo bosque de pinos. Hay una plataforma a la que se puede subir y disfrutar de una panorámica de las alturas.

Volviendo a la rotonda, la opción de frente según veníamos al principio nos llevó a la zona principal del Cabo Kolka. Ahí hay que pagar parking (1,5€/hora, se abona en la tienda de souvenirs o ir andando desde el aparcamiento que os decíamos en el párrafo anterior, que no está lejos.

En esta zona llegamos hasta la puntita del cabo, no sin antes comprar un delicioso sürkak (un dulce típico del que os hablaremos más adelante) que degustamos en la propia playa. También tuvimos la suerte de que había un festival de folclore letón, pudiendo disfrutar de imágenes inolvidables.

Por último, a mano derecha está el propio pueblo de Kolka. Allí visitamos sus tres iglesias: una luterana, una ortodoxa y una católica. Esta última, hecha en maderita, es la más espectacular de las tres.

Evazi: en Letonia también hay acantilados

El día, más que exprimido, iba tocando a su fin. Sin embargo, antes de abandonar el Parque Nacional de Slitere, justo en los límites del mismo, hicimos una última parada. Recorrimos así el pequeño Evazi Nature Path, un sendero que entre ida y vuelta apenas supera el medio kilómetro.

Eso sí, gracias a él pudimos recorrer otro bonito bosque y contemplar los Acantilados de Evazi, que con escasos 15 metros de altura son de los más destacados de Letonia. Con esto poníamos punto y final a una visita que fue de lo mejor del viaje por las repúblicas bálticas.

Descubre la herencia del pueblo livonio

Y, antes de terminar, un pequeño apunte. Si visitáis el Parque Nacional de Slitere, por doquier veréis una bandera como la de Letonia (dos franjas del mismo tamaño separadas por una mucho más finita), pero con colores verde, blanco y azul. No sabíamos lo que era, hasta que nos dio por preguntar. Resultó ser la bandera del pueblo livonio, un grupo étnico que vive en el oeste de Letonia.

Esta etnia recoge la herencia cultural de un pueblo mucho mayor, asimilado por los letones y los estonios. La antigua Livonia, de hecho, abarcaba el norte de Letonia y el sur de Estonia.

Aunque no es fácil, unos pocos valientes se esfuerzan por mantener viva esta cultura. Y eso pese a que en el año 2013 falleció Grizelda Kristina, la última persona que hablaba idioma livonio.

Aun así, los livonios muestran orgullosos sus costumbres y sus tradiciones al mundo. Sin ir más lejos, tienen su propio himno, un festival anual e incluso un traje típico. Por supuesto, también gastronomía. ¿Recordáis que antes os decíamos que habíamos comido un sürkak? Se trata de uno de los platos livonios más conocidos: una especie de tarta de zanahoria que está deliciosa. Probadla si podéis, ya que no hay mejor manera de integrarse en un sitio (y en una cultura) que a través de su comida.

Sirva este pequeño apéndice como nuestro particular homenaje al pueblo livonio, pues gracias a su influencia el Parque Nacional de Slitere es uno de los espacios más interesantes de toda Letonia.

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