Lo que más nos gusta de viajar en furgoneta o en coche por libre es la sensación de libertad. Todos los días empiezan con una idea de recorrido más o menos claro, pero muy a menudo aparecen sorpresas en el camino que hacen que vivamos experiencias inolvidables. Eso nos pasó mucho en Noruega, y el Glaciar de Bøyabreen es un ejemplo excelente de esto. Íbamos conduciendo de camino a la Iglesia de Borgund cuando de repente, a unas dos horas de llegar, vimos un desvío en el que ponía «Glaciar». ¡No dudamos ni un instante! Tomamos la salida y fuimos a visitar un glaciar que, aunque no estaba en nuestros planes, ahora siempre lo recomendamos cuando alguien va a ir a esta zona de Noruega.
Bøyabreen, un glaciar en mitad del camino
Al igual que Briksdal o Kjenndal, Boyabreen es un brazo más del enorme Glaciar de Jostedal. Forma parte, por tanto, del enorme Parque Nacional de Jostedalsbreen. Sin embargo, no esperéis encontrar masificaciones o autobuses llenos de turistas japoneses, porque esta pequeña masa de hielo es mucho menos visitada que las mencionadas.
Según se aparca, apenas hay que bajar una cuestecita para llegar a la orilla de un lago precioso. Sobre él, más o menos encaramado a la montaña en función de la época del año, se encuentra el Glaciar de Bøya o Bøyabreen. Quizá no sea tan azul como otros que visitamos en este viaje, pero no por ello deja de ser bonito.
El aspecto negativo de todo esto es que el glaciar está expuesto como ningún otro a los rigores del cambio climático, estando muy próximo a su total desaparición. Si veis nuestras fotos os puede parecer bonito, pero comparándolo con instantáneas de 20 o 30 años antes resulta tristísimo.
Todo lo que podemos decir es que si vais por la carretera nacional noruega 5 a la altura del Bøyabreen, aprovechéis para hacer una parada ahora que todavía existe. Es súper bonito y ojalá algún día vuelva a recuperar el esplendor de antaño.
