Una parte muy importante de toda visita que se precie a los Fiordos Noruegos es acercarse a conocer, al menos, un glaciar. Son muchas las opciones disponibles, aunque sin duda el Parque Nacional de Jostedalsbreen es el rey en la materia. En él encontraréis glaciares como Briksdal o Jostedal, visitados año tras año por miles de turistas. Pero en este post queremos hablaros de un glaciar mucho menos conocido, aunque no por ello menos interesante: el Glaciar de Kjenndal o Kjenndalsbreen. Sin duda, la mejor opción si queréis ir a ver una de estas masas de hielo sin estar asolados por la masificación a la que a veces se ve sometida esta zona de Noruega.
El glaciar menos mainstream de Noruega
El Kjenndalsbreen está, como tantos otros glaciares, en el Parque Nacional de Jostedalsbreen. La diferencia está en que mientras otros sufren del exceso de aprovechamiento turístico de la zona, el Kjenndalsbreen es un remanso de paz en el que no es tan frecuente encontrarse con otros turistas.
Realmente se trata de un apéndice del Jostedalsbreen, el glaciar más grande de toda Europa continental. Aun así, este modesto ramal no está nada mal, pues cuenta con una superficie de 19 kilómetros cuadrados.
Sabemos que dicho así, el pensamiento lógico puede ser «ah, pues para eso me voy a ver el glaciar famoso». Pues también, una cosa no quita la otra. Sin embargo, si os estáis moviendo por libre os recomendamos que le deis también una oportunidad al Kjenndalsbreen: no os llevará mucho tiempo y viviréis una experiencia mucho más auténtica.
Cómo es la visita al Kjenndalsbreen
Lo primero que hay que hacer es pasar por caja. La carretera de acceso al glaciar es de peaje: 40 coronas noruegas por coche, 50 por autocaravana y 30 si vais en moto. Se paga por vehículo, no por persona. Algunas horas del día hay un señor cobrando la entrada, pero en otras tienes que hacer el pago tú mismo depositando el dinero en una caja.
Tras recorrer una carretera de escasos 5 kilómetros, se aparca al lado de un restaurante con una pequeña tienda de recuerdos. No tienen nada de especial, salvo que queráis tomar algo a precio de oro.
A partir de ahí, se hace una ruta de escasos 1500 metros hasta llegar al punto desde el que se observa mejor el glaciar. Es un recorrido cortito y cómodo, pero cuidado porque hay muchas piedras en el camino y alguna se puede hacer traicionera.
Ya a pie de glaciar, la primera sensación que deberíais tener es de agradecimiento hacia nosotros, por haberos recomendado ir a un sitio tan guay 🙂 Lo mejor de la experiencia de visitar el Kjenndalsbreen es que tienes el glaciar para ti, frente a frente, mucho más cerca de lo que se visitan otros. Sus colores azules son especialmente bonitos.
Desde que aparquéis hasta que volváis al coche como mucho habréis echado una hora, hora y media a lo sumo. Sin embargo, estamos seguros de que será una de las experiencias que más recordéis en el viaje.