El Brezal de Luneburgo es un enorme espacio natural, protegido tanto por la categoría de Reserva Natural como por la de Parque Natural. En sus más de 20.000 hectáreas encontraréis el mayor brezal de Europa central, en un lugar en el que también hay sitio para enormes bosques de coníferas y pueblos preciosos. Se trata de uno de los destinos de turismo interior más populares de Alemania, una joya por descubrir que los germanos parecen querer conservar en secreto. En este artículo os contamos su historia, cómo organizar la visita y cómo fue nuestra experiencia.
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Un espacio protegido desde época prusiana
Luneburgo es una zona muy dinámica desde antiguo. Hace 1000 años se descubrieron grandes reservas de sal en la región, lo que convirtió a la ciudad que le da nombre en una próspera urbe. De hecho, durante varios siglos fue uno de los miembros más destacados de la Liga Hanseática.
Su suave orografía fue perfecta para el surgimiento de enormes bosques, a su vez fueron trabajados y convertidos en amplísimos campos de cultivo. Fue así como surgieron, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, gigantescas plantaciones de brezos. De hecho, en 1921 el gobierno de Prusia declaró la zona Reserva Natural, siendo una de las pioneras en el viejo continente.
Ese área de protección ha sido ampliado varias veces. Y es que el Brezal de Luneburgo es un espacio con una naturaleza única: bosques, ríos y valles dan cabida a especies que hoy en día se encuentran perdiendo terreno. Por ejemplo, es el último espacio de la Baja Sajonia en el que es posible encontrarse con urogallo negro en libertad.
También hay mucho que decir de Luneburgo en términos históricos contemporáneos. Por ejemplo, aquí fue donde los nazis enterraron el cuerpo de Himmler tras su suicidio, en una localización que a día de hoy permanece desconocida. En los años 50 británicos y canadienses utilizaron la zona para entrenamiento militar, en una maniobras que se prolongaron varia décadas.
Sin embargo, poco a poco se fue imponiendo una actividad por encima del resto: el turismo. En concreto, los viajes para gente mayor, ya que es un lugar perfecto para descansar, dar agradables paseos en medio de la campiña y disfrutar de unas compritas o de una buena comida en los pueblos que rodean al brezal.
Es importante que tengáis en cuenta que hablamos de un espacio que se va por encima de los mil kilómetros cuadrados. Existen tantos «brezales de Luneburgo» como visitantes, pues hay gente que hace una breve ruta de senderismo y personas que se pasan una semana allí. Las posibilidades son infinitas.
Cómo organizar la visita al Brezal de Luneburgo
Cómo llegar: cuidado con el GPS
Existen varios pueblos que pueden servir como punto de partida para visitar el Brezal de Luneburgo, pero sin duda el más característico es Undeloh. Para llegar hasta él hay que andarse con ojo, pues el GPS es engañoso. Si ponéis el nombre del pueblo o simplemente Brezal de Luneburgo, os dejará en un lugar random a cinco minutos del destino. Conviene que pongáis directamente Heide Erlebniszentrum, pues os llevará justo enfrente del aparcamiento principal.
Aparcamiento
¿Aparcamiento? Sí, el Brezal de Luneburgo es un lugar muy concurrido. Por suerte, existe un enorme parking en el que podréis dejar vuestro vehículo durante todo el día. Cuesta 5€ por jornada, pero a cambio estaréis ya en todo el meollo.
Rutas y actividades
Como ya hemos dicho, el Brezal de Luneburgo es un sitio infinito. Nos recordó en cierta manera al Parque Nacional de la Suiza Sajona, pues comparte con él algunas características: es un sitio inmenso, no existe demasiada información sobre él en internet, parece reservado a turismo de interior…
De hecho, la primera sensación que tuvimos al bajarnos de la furgoneta fue de estar auténticamente perdidos. Había gente yendo de un sitio para otro, muchos carteles de rutas, todo estaba en alemán, en el sitio de información no nos dijeron nada, la señalización era tirando a raruna… Por suerte, tiramos de internet y encontramos una ruta por los principales puntos de interés del Brezal de Luneburgo. Se trataba de un itinerario a pie (se puede hacer también en calesa de caballo, pero no es nuestro estilo) de unos 12 kilómetros, el cual prometía tenernos ocupados durante todo el día.
Eso sí, pensad que es una zona híper explotada desde el punto de vista turístico. Nosotros os ofrecemos este planteamiento, pero insistimos en la idea de que se podían hacer muchas rutas y actividades diferentes.
Nuestra experiencia
Vamos a enseñaros cómo fue nuestro día, el cual estuvo repartido en cuatro etapas claramente diferenciadas. Fue un poco paliza, pero os aseguramos que el esfuerzo valió la pena. Y es que no se puede aprovechar el Brezal de Luneburgo sin dedicarle unas cuantas horas.
La ruta nos permitiría atravesar el brezal, llegar hasta el pequeño pueblo de Wilsede (no accesible en vehículo a motor), subir al punto más alto de Luneburgo y acabar caminando bajo un bonito bosque. Mejor imposible, ¿no?
Caminando entre un millón de brezos
Tras una primera sensación de angustia (no sabíamos ni qué hacer en el Brezal de Luneburgo), encontramos un itinerario y todo empezó a tener sentido. El punto de partida fue el pequeño pueblo de Undeloh, el cual os recomendamos visitar al final del recorrido (luego os lo enseñamos). Así evitaréis coincidir con las hordas de turistas de primera hora y también podréis tomar algo, a modo de recompensa tras una larga caminata.
Lo primero que visitamos fue el Heide Erlebniszentrum, una especie de centro de interpretación, centro de recepción de visitantes y tiendas. La verdad es que no nos enteramos demasiado (ya que todo estaba en alemán), pero fue un buen comienzo.
Desde allí mismo encontramos el inicio de la ruta. No tiene mucha pérdida, ya que es una larga y ancha avenida por la cual transitan también calesas de caballos. En esa misma recta, tras pocos metros caminados, empezaréis a ver los primeros brezos.
Si bien es cierto que la época de floración de los brezos es entre primeros de agosto y mediado sde septiembre, lo cierto es que se trata de una zona que es bonita en cualquier época del año. Imbatible cuando todo está de color morado, no decimos que no, pero siempre merece la pena.
Aviso a navegantes: si vais con perros, es una ruta complicada. No por el esfuerzo, sino por los estímulos. Constantemente pasarán junto a vosotros bicicletas y coches de caballos. Mucha atención con la correa o tendréis un disgusto.
A ambos lados del camino veréis panales, ya que el Brezal de Luneburgo es un gran centro productor de miel. Cuanto más avancéis más veréis de ellos.
Y hablando de avanzar, al final de este primer tramo ya deberíais estar viendo grandes concentraciones de brezos.
Wilsede, el pueblo accesible solo a pie
En medio de un mar de brezos está Wilsede, uno de los grandes hits de toda excursión que se precie al Brezal de Luneburgo. Se trata de una antigua aldea, la cual es de las poquitas de Alemania que está 100% libre de coches. En sus antiguos edificios todavía viven unas cuantas personas (alrededor de 40), que se afanan en dar soporte a los cientos de visitantes que llegan cada día.
En Wilsede encontraréis restaurantes, cafeterías, tiendas de artesanía y también varios pequeños museos. De hecho, el propio pueblo se considera un museo al aire libre, ya que es una zona en la que el tiempo parece haberse detenido.
Lo primero que hicimos al llegar a Wilsede fue comer. Lo hicimos en Wilseder Hof, una posada tradicional que ofrece sus servicios como hotel (de escasas 6 habitaciones), restaurante y biergarten. Pedir no fue fácil, ya que la carta estaba solo en alemán, nadie hablaba inglés y no había internet para tirar de traductor. Sin embargo, esperamos a que otra persona pidiese algo que nos gustase y dijimos… ¡eso! Fue así como conseguimos dos deliciosos snitchels, acompañados por ensalada de patata y regados por una amplia jarra de cerveza, por 25€ (entre los dos).
En el mismo pueblo también merendamos. En este caso fue en Mein Teegarten, un lugar maravilloso en el que tomamos té y tarta. Cuando nos la sirvieron, nos fuimos por su jardín hasta encontrar el rinconcito adecuado: hamacas, mesitas junto a sus frutales, pérgolas… Posiblemente, el lugar más bucólico en el que hayamos estado nunca.
Más allá de llenar el estómago, en Wilsede llenamos el alma. El pueblo es precioso, absolutamente adorable. Son cuatro o cinco casas, no más, pero todas ellas encantadoras y en un estado de conservación óptimo.
No tiene sentido deciros que vayáis a ver una cosa o la otra en un orden específico: simplemente pasead y disfrutad de la experiencia. Obviamente no os podéis perder algunos elementos concretos, como la Ermita (que enlaza directamente con el Camino de Santiago), De Emhoff (la casa grande) o el Heidemuseum «Dat ole Huus» (que cuesta 3€ entrar, dicho sea de paso). Pero vamos, que todo irá apareciendo ante vosotros, igual que las dos o tres tiendecitas de artesanía.
Como si de un videojuego se tratase, cuando terminéis de ver el pueblo avanzad hasta el siguiente escenario. En este caso, os devolverá de vuelta al brezal.
Wilseder Berg, el punto más alto del brezal
Y es que no demasiado lejos de Wilsede está el Wilseder Berg. Con 169 metros sobre el nivel del mar, se trata del punto con mayor altura de todo el Brezal de Luneburgo. ¿Merece la pena ir hasta él pese a no llegar ni a los 200 metros?
Pues sí, la verdad es que sí. Se trata de una improvisada plataforma de observación, desde la cual podréis contemplar no solo los brezos. También tendréis ante vosotros bosques y campos de cultivo, ofreciéndoos una panorámica estupenda de la totalidad del Parque Natural.
A partir de aquí la ruta pasa por su tramo menos vistoso. Iréis caminando entre brezos, pero por una zona más tirando a secarral que otra cosa. Aun así, rápidamente cambiarán las tornas.
Vuelta a Undeloh bajo el bosque
Pensad que la franja de vuelta a Undeloh os hará volver bajo el enorme bosque que hay junto a él. Nosotros agradecimos enormemente esta parte de la ruta, ya que hacía mucho calor (estábamos en pleno mes de agosto) y las copas de los árboles nos dieron una magnífica protección.
Así, tras aproximadamente cuatro horas, regresamos al punto de partida. Con esto no terminaba la ruta, ya que aprovechamos para dar un paseíto por el propio pueblo y disfrutar de sus puestecitos. Por doquier vimos improvisados (y no tan improvisados) tenderetes, en los que se vendía prácticamente cualquier cosa que podáis imaginar hecha de brezo. Por supuesto, no faltaban los productores de miel, las prendas hechas con lana o los jabones artesanales.
La ruta nos pareció estupenda. De hecho, superó nuestras expectativas: queríamos hacer una paradita breve a la que atravesábamos Alemania, pero al final nos enredamos y echamos el día entero por allí.
Información práctica de la ruta
A modo de síntesis, os diremos que la ruta finalmente tuvo una duración de 12,5 kilómetros, con un desnivel positivo de 165 metros. Tardamos casi cinco horas, pero no vamos a negar que echamos muchísimo rato haciendo fotos, comiendo, de compritas y merendando. Yendo a todo caminar se podría hacer en la mitad de tiempo tranquilamente.
El Brezal de Luneburgo, territorio inabarcable
Vamos a concluir insistiendo en dos puntos que nos parecen súper interesantes para preparar la visita al Brezal de Luneburgo. Por un lado, queremos volver a recordaros que se trata de un territorio infinito, en el cual podéis entregaros a muchos tipos de turismo: podéis mataros a hacer senderismo como nosotros, pero también ir a un ritmo más bajo y disfrutar de una tranquila experiencia gastronómica. También podéis ir a ir de compras, visitar edificios históricos o relajaros en un hotel de lujo.
Eso sí, no todo es tan bonito como parece. La zona está 100% volcada al turismo alemán: no esperéis encontrar carteles en inglés ni nadie que hablé la lengua de Shakespeare. Todo más auténtico, pero a la vez supone una barrera casi infranqueable. Nosotros nos las vimos y las deseamos para pedir en un restaurante, ya que hay muy mala cobertura y no podíamos tirar de traductor. En cualquier caso, os animamos a ir a esta zona, que no es especialmente conocida, y disfrutar de este enorme bosque de brezos.