Monumentales, imponentes y también misteriosas. Así son las Columnas de San Lorenzo, el principal vestigio que el Imperio Romano ha dejado en la ciudad de Milán. Se encuentran en la misma plaza que la Basílica de San Lorenzo, un templo paleocristiano con el que forman un binomio prácticamente inseparable.

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SPQR a la milanesa
Milán no fue una excepción a la expansión romana de la antigüedad clásica. Sin embargo, con el tiempo un imperio todavía más imponente lo conquistó prácticamente todo. Nos referimos al capitalismo, pues en ocasiones parece que las calles milanesas están reservadas en exclusiva a las tiendas de lujo y los restaurantes caros.

No obstante, yendo al extremo norte de Porta Ticinese llegaréis a la mayor manifestación del poderío romano que ha llegado hasta nuestros días. Y es que las Columnas de San Lorenzo esperan al viajero para demostrar que el esplendor de los tiempos imperiales llegó también a orillas del río Lambro.

Tenemos que decir que fuimos con grandes expectativas a ver las Columnas de San Lorenzo, pero que quedaron un poco atenuadas… por los milaneses. Pasaban por allí de un sitio para otro sin ni siquiera levantar la vista, como si se hubiesen acostumbrado a la grandeza de sus columnas. Por un lado nos alegramos (claramente están integradas de pleno en la vida cotidiana de Milán), pero por otro pensamos que semejante maravilla merece más protagonismo.

En cualquier caso, ir hasta allí fue muy guay, ya que así pudimos disfrutar de dos elementos absolutamente magníficos: las Columnas de San Lorenzo y la vecina Basílica de San Lorenzo Maggiore. Esta última está ubicada allí mismo, al otro lado de la plaza.

Columnas de San Lorenzo: mármol de altura
Empezando por las columnas, se trata de un conjunto de 16 moles graníticas de aproximadamente 7,5 metros de alto. Cada columna está calzada en la base con ladrillo y a su vez rematada con un capitel corintio. Todas ellas sostienen un entablamento o cornisamento.

Hay que decir que las Columnas de San Lorenzo no estaban en esta zona de Milán originalmente, sino que fueron trasladadas allí en el año 1935. Se cree que podrían ser los restos de un templo pagano y de otro edificio por identificar, pero las autoridades de la época (muy tumultosa, a poco que sepáis de historia) decidieron que quedarían muy bien junto a la basílica.

Podéis pasear junto a las columnas, llegar literalmente a tocarlas (aunque no es recomendable por temas de conservación) o pasar bajo ellas. Muchos milaneses directamente se sientan en la base de ladrillo para tomar un café, antes de seguir con sus ajetreadas vidas.

Basílica de San Lorenzo Maggiore
Al otro lado de la plaza, escoltada por una estatua de bronce del emperador Constantino que se instaló en 1937, está la Basílica de San Lorenzo Maggiore. Aunque es un templo paleocristiano fundado en el año 372, su aspecto actual responde a añadidos del siglo XVII y reformas varias acontecidas hasta bien entrado el XIX.

Merece la pena que entréis a visitarla, ya que tiene una estructura muy poco habitual: un cuadrado y un círculo superpuestos. Resulta sobrecogedor verse bajo un edificio de esas dimensiones, que claramente cumple con su función de abrumar al visitante.

Os recomendamos visitar todas sus capillas laterales, aunque en nuestra opinión hay una que destaca con luz propia: la capilla de San Sisto. Ubicada en el lado norte, su bóveda está totalmente cubierta por un fresco del siglo XVII que nos dejó sin palabras.
